Orar en el camino hacia una vocación

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La Hermana Christa Parra, I.B.V.M. (derecha) en una reunión de la comunidad con las Hermanas Esther O’Mara, I.B.V.M. (izquierda) y Mónica Allamandola, I.B.V.M.

La Hermana Christa Parra, I.B.V.M. (derecha) en una reunión de la comunidad con las Hermanas Esther O’Mara, I.B.V.M. (izquierda) y Mónica Allamandola, I.B.V.M. (Foto cortesía de Hermana Christa Parra, I.B.V.M.)


ME ENCANTA CORRER. Cuando corro, rezo. Generalmente empiezo con una oración de agradecimiento por el don de la salud y la energía para correr cada milla. Sigo orando por lo que sea que esté en mi corazón: amigos, familia, gente que conozco, otros que no conozco, especialmente por aquellos que sufren. Hablo con Dios y escucho.

A pesar de entrenar intensamente, las maratones han sido las más difíciles. Durante las maratones he tenido calambres, he sentido náuseas, y he pensado en abandonar. No obstante, siempre encontré la fuerza y la motivación para seguir corriendo. Yo sabía que las oraciones de mi familia, comunidad religiosa, amigos, y miembros de mi parroquia me sostenían a cada paso, lo mismo que sus voces de aliento desde los costados. Me sentí apoyada y amada hasta llegar a la línea final. No estaba corriendo sola.

El entrenamiento y el apoyo comunitario que me han acompañado en las maratones también fueron importantes mientras oraba en el camino hacia la vida como hermana católica.

La oración brinda una sorpresa

Cuando vivía mis jóvenes 20 años nunca imaginé que correría una maratón o me haría monja. Sin embargo, ahora pertenezco a las hermanas de I.B.V.M. y he completado dos maratones, por la gracia de Dios.

Cuando estaba en la escuela secundaria, mis compañeros de clase votaron “Muy probablemente será religiosa.” Esto fue algo inesperado para mí. No tenía pensado ingresar a una comunidad religiosa. Cuando era pequeña, soñaba con casarme y formar una familia. La vida en familia era todo lo que yo conocía. Fui criada como tercera generación Mexicano-Americana en una familia católica grande y muy unida. Mientras estaba creciendo, iba a Misa todos los domingos con mi nana (abuelita). Ella rezaba el rosario todos los días y tenía gran devoción por los santos. Ella me enseñó a rezar y me mostró el poder de la fe.

Como joven adulta, seguí asistiendo a la misma parroquia a la que iba con mi nana. A menudo iba a la iglesia solo para rezar en el tranquilo espacio sagrado. Una tarde, mientras estaba de rodillas en la primera fila, la quietud me envolvió mientras un caos se desataba en mi interior. Mi mente volaba mientras hablaba con Dios sobre mis luchas. Recién había roto con mi novio. Necesitaba dar sentido a mi vida.

La Hermana Christa Parra, I.B.V.M. (izquierda) con la Hermana Romina Sapinoso, S.C.
La autora (izquierda) con la Hermana Romina Sapinoso, S.C. (Foto cortesía de Hermana Christa Parra, I.B.V.M.)

De repente, se me ocurrió que yo le estaba hablando a Dios, pero no lo estaba escuchando. Tal vez tenía miedo de lo que podría escuchar. En ese momento, una hermana se me acercó sin presentarse y me preguntó, “¿Alguna vez pensaste en hacerte religiosa?” Rápidamente le respondí, “No, yo quiero casarme y tener una familia.” Sin inmutarse, me invitó a visitar su comunidad de I.B.V.M. (Instituto de la Santa Virgen María). La idea de convertirme en monja me causaba terror, pero decidí aceptar su invitación.

Cuando entré por la puerta del convento, tuve una sensación como de estar en mi casa. Las hermanas eran tan sensatas, alegres, y acogedoras. Una de las hermanas me invitó a reunirme con ella cada semana. Yo tenía un profundo deseo de hacer la voluntad de Dios y fortalecer mi relación con Dios, así que imaginé que reunirme con ella me ayudaría.

Hubo muchas oportunidades en los años siguientes en las que yo escapaba de la idea de esta vocación. Sin embargo, durante todo ese tiempo tuve numerosas experiencias que seguían señalándome el camino de la vida religiosa.

Discernir un rumbo de vida

A mis 25 años, finalmente estaba dispuesta a discernir la vida religiosa. Empecé participando de un retiro de ocho días en silencio. No estaba segura de cómo iba a sobrevivir sin mi teléfono celular, mi computadora, o la música. Fue difícil al principio, pero sorprendentemente liberador. La falta de distracciones me ayudó a centrarme en mi relación con Dios. Mi vida de oración empezó a desarrollarse. Durante el retiro, mi director espiritual me alentó para que caminase y corriese en el sendero de montaña cercano, aunque nunca había considerado el ejercicio como una forma de oración. La belleza del desierto se me volvió viva de una forma nueva. Mientras corría, rezaba.

A través de mi oración continua y con la guía de un director espiritual, me di cuenta de que mi deseo más profundo es amar y ser amada. La primera epístola de Juan dice, “Hemos llegado a conocer y a creer en el amor que Dios tiene para nosotros. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en esa persona” (1 Juan 4:16). Yo quería conocer ese amor que llega al permanecer en Dios.

Aprendí a meditar y a orar con las escrituras. Llegué a conocer mejor a Jesús y empecé a cultivar una amistad. Ver a Jesús como un amigo me ayudó a relacionarme con Dios en un nivel más personal. La oración se convirtió en conversación, y mi corazón empezó a escuchar atentamente la voz de Dios en mi vida.

En mi proceso de discernimiento, yo oraba dedicadamente por cada vocación sabiendo que cada una (la vida de matrimonio, la vida de soltera, y la vida religiosa) brinda una forma de amar, honrar, y servir a Dios. Mi director espiritual me dijo muchas veces, “Cada vocación es sagrada, importante, y necesaria.” Yo consideré los pros y los contras de cada vocación, y presté atención a mis sentimientos, identificando la alegría, la paz, y la libertad, como también algo de tristeza, ansiedad, y temor. Al considerar la vida religiosa, la alegría y la paz que sentía eran un indicador de que estaba en el sendero que Dios quería que yo explorase.

Después de ver varias comunidades diferentes y de orar por cada una de ellas, escuchando incontables historias de vocaciones, y averiguando acerca de diversos ministerios, me sentí más atraída a ingresar a la comunidad de I.B.V.M. Me sentí atraída a las I.B.V.M. por la alegría y amabilidad de las hermanas, pero también por su espiritualidad Ignaciana, que pone el énfasis en buscar a Dios en todas las personas, lugares, y circunstancias.

Contemplación y acción

Mi formación, o preparación, para la vida religiosa me ha mostrado que estoy llamada a ser contemplativa en acción junto a mis hermanas. Esto significa que primero estamos centradas y arraigadas por nuestra vida de oración. Es nuestra oración personal y comunitaria la que nos fortalece y da energías para acompañar a la gente con nuestros ministerios de la mejor forma posible.

A lo largo de los años, he aprendido que hay diversos estilos de oración. Tal como nuestra relación con la familia y los amigos es única y dinámica, así es nuestra relación con Dios. Mi vida de oración personal incluye una hora de oración a la mañana en mi habitación. Me siento en el suelo y practico meditación cristiana. Uso un diario para reflexionar sobre mis experiencias cotidianas. Asisto a la Misa diaria con mi comunidad local. La Eucaristía fortalece mis lazos con Dios y con aquellos con quienes comparto mi vida.

Los días en que salgo a correr, la oración también es una gran parte de esa experiencia. Al finalizar mi día, practico el Examen Ignaciano Diario. Algunos días es más fácil rezar que otros. Como extravertida, recibo energía de estar con la gente. Para mí, la reflexión y la quietud no son fáciles, así que tengo que disciplinarme.

Actualmente corro como religiosa de I.B.V.M. y rezo por la gracia de perseverar. De manera muy similar a correr en una maratón, la oración y el discernimiento requieren práctica. Cada viaje tiene sus desafíos, pero no estamos solos. Nos acompañan hasta la línea de llegada el amor y las oraciones de nuestras familias, amigos y comunidades. 

Originalmente se publicó una versión de este artículo en la revista VISIÓN de 2016, "The paths of prayer."

Hermana Christa Parra, I.B.V.M.
La Hermana Christa Parra, I.B.V.M. es religiosa del Institute of the Blessed Virgin Mary (Instituto de la Santa Virgen María), también conocido como Loretto Sisters (Hermanas de Loretto). Tomó los votos definitivos en 2016. Actualmente vive en El Paso, Texas, y trabaja en Ciudad Juárez, México. 

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