Por qué soy una hermana católica
“¿QUÉ HIZO QUE DESEARAS ser monja?” Es lo que los adolescentes y jóvenes adultos con quienes trabajo preguntan a menudo cuando reúnen suficiente valor. Piensan que es una pregunta impertinente, pero yo pienso que es una buena pregunta, y cuando la plantean toma unos minutos pero les cuento esta historia de oración, anhelo de Dios, frustración, y finalmente comprensión, que llegaron en medio de un viaje en ómnibus.
Dios da “señal de ocupado”
Recuerdo bien el día en que Dios me dio una gran señal acerca de mi vocación. Recuerdo cuando entré furiosa a la capilla de la universidad después de una discusión con mi novio. Nuestro conflicto se sumaba a mi confusión interna después de semanas de intentar descubrir qué quería Dios que hiciese con mi vida. Hasta entonces, la rápida respuesta a cualquiera que me preguntase si quería ser monja era definitivamente: “No, no voy a ser monja. Jamás me pasó por la mente.” Y así era—hasta que más de dos personas me hicieron la misma pregunta en la misma semana.
Yo estaba cansada de sonar como un disco rayado cada vez que rezaba por mi vocación, porque habitualmente era algo así: “Dios, yo sé que me amas, y tú sabes que te amo tanto. ¿Qué quieres que haga?” A lo que Dios respondía—con silencio. Yo llegaba a decir, “Señor, sólo dime qué quieres que haga, y lo haré. Si quieres que sea maestra, bombero, monja, lo que sea, sólo dímelo y lo haré.” A lo que Dios respondía nuevamente con silencio. Hoy me gusta referirme a ese silencio como una señal de ocupado, o como ser puesta en espera; habitualmente significa que voy por mal camino en mi diálogo interno con Dios, o que no estoy siendo sincera sobre las reales preguntas en cuestión.
¡Sólo preguntaba!
Ese día en la capilla yo ya no estaba preguntando amablemente, y porque no había nadie más en la capilla exclamé en voz alta, “¿Qué quieres de mí? ¿Qué? ¿Es esto lo que quieres? ¿Que viva toda mi vida en la tierra sin tener una pareja?” Y a esas lágrimas de exasperación llegó la respuesta habitual: silencio pétreo.
“Bien,” pensé para mí, “¡no me respondas!” Enojada y sin ningún lugar para buscar consuelo, me quedé en la capilla a hacer mi tarea. Poco después entró una hermana. Se sentó al otro lado del tabernáculo y abrió su Biblia.
Cuando me levanté para irme, repentinamente me dijo, “¿Te molesta si te hago una pregunta?” “No,” respondí. “¿Alguna vez pensaste en la vida religiosa?” “Uh . . . no,” balbuceé, “Es decir, todavía soy novata en la universidad y me falta un año más de escuela y . . . “ Viendo que yo estaba aturdida, dijo con calma, “Oh, sí, por supuesto, no te preocupes,” y sonrió.
Ahora yo tenía curiosidad por saber más, entonces le dije, “¿Puedo preguntarle algo?” Ella asintió. “¿Por qué se hizo monja?” le pregunté. “Oh, no soy monja, soy una hermana,” fue la respuesta. “¿Cuál es la diferencia?” pregunté un poco sorprendida porque no sabía que había una diferencia. “Bueno, las monjas generalmente son contemplativas de clausura, y las hermanas son más activas en el mundo seglar, pero todavía hacemos los votos de pobreza, castidad, y obediencia.”
“Oh—OK,” dije, y mientras ella seguía compartiendo su historia, algo sonó en mi cabeza que se sentía como una campanita, pero no podía darme cuenta por qué. Cuando terminó de hablar, se despidió de mi y partió, pero yo permanecí en la capilla porque estaba empezando a darme cuenta de lo que significaba la campanita en mi cabeza: “No tienes que ser monja, pero puedes ser una hermana.” Tuve que sonreír y luego soltar la carcajada. No podía creer lo elusivo que había sido Dios.
El ómnibus se detiene aquí
Al día siguiente ignoré rápidamente el impacto de este evento y regresé a mi lucha, cuestionamiento, y a negociar con Dios con respecto a mi vocación. Como cualquiera puede suponer, el silencio fue la más apropiada respuesta de Dios. ¿Quién podría culpar a Dios, realmente? Pero en mi obstinación, yo lo hacía.
Mientras Dios y yo estábamos en un impasse, fueron mis mejores amigos católicos quienes literalmente salvaron mi vocación. Ellos eran mi comunidad de fe, donde nos sentíamos seguros teniendo “conversaciones sobre Dios”, haciendo preguntas, teniendo dudas, compartiendo nuestras revelaciones de la oración, y rebotando ideas entre nosotros sin sentirnos raros o juzgados. Fue en ellos que encontré el compañerismo para seguir orando, yendo regularmente a misa, y luchando en el discernimiento. Me di cuenta de que Dios se comunica en multitud de formas, y si bien la oración personal es esencial, es en comunidad donde tienes el apoyo y seguridad para seguir creciendo en la fe.
Entonces llegó el gran descubrimiento. Después de meses de luces y sombras, ansiedad y paz, conocí mi camino. Y sucedió en un ómnibus de San Francisco.
Cada día la gente que encontraba en el ómnibus me conmovía profundamente. Más de una vez había visto personas borrachas, saliendo de drogas, mentalmente enfermas, sin hogar, solitarias, ansiosas. Solía rezar en silencio un rosario para aquellos cuyos rostros me conmovían.
Con el tiempo estaba empezando a darme cuenta de que cuanto más cercana se volvía mi relación con Dios, más crecía en percepción y compasión hacia aquellos a mi derredor, ya sea que fuesen mis compañeros de universidad o refugiados de guerra o personas en el ómnibus. Yo ansiaba que otros conociesen a Dios como yo estaba llegando a conocer a Dios: como un íntimo amigo y guía. Es como cuando Jesús le dijo a la mujer en el pozo en el relato del Evangelio, “Si sólo conocieses el don de Dios, hubieras sido tú la que pedía, y él te hubiera dado agua viva.”
It was becoming clearer to me why evangelization—sharing the Good News—is and has always been such a necessity because the decisions we make in life depend so much on the loving relationship we can have with God. It is often because we lack a deep understanding of God—the knowledge of God’s unconditional love, kindness, truth, courage, and mercy—that we live our lives misguidedly, our ignorance making life unnecessarily painful for ourselves and others.
Se estaba volviendo más claro para mí por qué la evangelización—compartir la Buena Nueva—es y ha sido siempre una necesidad, porque las decisiones que tomamos en la vida dependen tanto de la relación amorosa que podamos tener con Dios. A menudo porque carecemos de una profunda comprensión de Dios—el conocimiento del amor incondicional de Dios, su bondad, verdad, valor y misericordia—que vivimos nuestras vidas extraviados, y nuestra ignorancia hace que la vida sea innecesariamente dolorosa para nosotros y los demás.
Un pedido de ayuda
Fue en un viaje en ómnibus camino a casa que un evento en particular se apoderó de mí. Una joven madre con un niño de dos años estaba sentada a unas filas de distancia de mi. El niño estaba haciendo lo que cualquier niño de dos años: estaba parado en su asiento tratando de mirar por la ventana. Su madre lo sujetó rudamente y lo arrojó a su asiento mientras maldecía y gritaba, “¡Siéntate! ¡O te vas a lastimar!” El niño parecía impactado y confuso, pero no lloró. Sólo se quedó sentado allí, desanimado. Y mi corazón se rompió.
Vi frente a mí un niño triste y una joven mujer que sufría, tal vez una madre soltera que había llegado al límite. “Nadie quiere ser infeliz en la vida,” pensé para mi, y ahora estaba orando, hablando a Dios en mi corazón: “Nadie lo elegiría libremente, excepto que simplemente no te conocemos. Señor, son como ovejas sin un pastor, porque sencillamente no te conocen en realidad, como yo no te conocía.” Entonces, en lo profundo de mi corazón, comprendí el mensaje de Dios: “Tienes razón, mi amada, son como ovejas sin pastor, ¿no me ayudarías?”
Justo en ese momento el ómnibus llegó a mi parada y me bajé antes de que nadie viera las lágrimas rodando libremente por mi cara, mientras le respondía a Dios en mi corazón, “Sí, Señor. Sí, te ayudaré.” Ese fue el “sí.” La respuesta que yo estaba buscando vino de mi propio ser y afirmó quién soy y quien siempre estuve destinada a ser: una mujer cuya vida entera iba a estar consagrada a Dios. Sentí una explosión de alegría y un sentido del espíritu de travesura de Dios que me hizo reír a carcajadas.
¿Cómo vas a responder tú?
La vocación nunca tiene que ver con lo que haces; siempre tiene que ver con quien eres, porque ya es una parte de ti, está dentro de ti como un tesoro escondido esperando ser descubierto. De tantas diferentes formas Dios le hace a cada uno de ustedes la misma pregunta: “¿Me ayudarías?” Es en tu amistad con Dios que descubres tu más profunda identidad y camino, dondequiera éste te conduzca.
Dios da “señal de ocupado”
Recuerdo bien el día en que Dios me dio una gran señal acerca de mi vocación. Recuerdo cuando entré furiosa a la capilla de la universidad después de una discusión con mi novio. Nuestro conflicto se sumaba a mi confusión interna después de semanas de intentar descubrir qué quería Dios que hiciese con mi vida. Hasta entonces, la rápida respuesta a cualquiera que me preguntase si quería ser monja era definitivamente: “No, no voy a ser monja. Jamás me pasó por la mente.” Y así era—hasta que más de dos personas me hicieron la misma pregunta en la misma semana.
Yo estaba cansada de sonar como un disco rayado cada vez que rezaba por mi vocación, porque habitualmente era algo así: “Dios, yo sé que me amas, y tú sabes que te amo tanto. ¿Qué quieres que haga?” A lo que Dios respondía—con silencio. Yo llegaba a decir, “Señor, sólo dime qué quieres que haga, y lo haré. Si quieres que sea maestra, bombero, monja, lo que sea, sólo dímelo y lo haré.” A lo que Dios respondía nuevamente con silencio. Hoy me gusta referirme a ese silencio como una señal de ocupado, o como ser puesta en espera; habitualmente significa que voy por mal camino en mi diálogo interno con Dios, o que no estoy siendo sincera sobre las reales preguntas en cuestión.
¡Sólo preguntaba!
Ese día en la capilla yo ya no estaba preguntando amablemente, y porque no había nadie más en la capilla exclamé en voz alta, “¿Qué quieres de mí? ¿Qué? ¿Es esto lo que quieres? ¿Que viva toda mi vida en la tierra sin tener una pareja?” Y a esas lágrimas de exasperación llegó la respuesta habitual: silencio pétreo.
“Bien,” pensé para mí, “¡no me respondas!” Enojada y sin ningún lugar para buscar consuelo, me quedé en la capilla a hacer mi tarea. Poco después entró una hermana. Se sentó al otro lado del tabernáculo y abrió su Biblia.
Cuando me levanté para irme, repentinamente me dijo, “¿Te molesta si te hago una pregunta?” “No,” respondí. “¿Alguna vez pensaste en la vida religiosa?” “Uh . . . no,” balbuceé, “Es decir, todavía soy novata en la universidad y me falta un año más de escuela y . . . “ Viendo que yo estaba aturdida, dijo con calma, “Oh, sí, por supuesto, no te preocupes,” y sonrió.
Ahora yo tenía curiosidad por saber más, entonces le dije, “¿Puedo preguntarle algo?” Ella asintió. “¿Por qué se hizo monja?” le pregunté. “Oh, no soy monja, soy una hermana,” fue la respuesta. “¿Cuál es la diferencia?” pregunté un poco sorprendida porque no sabía que había una diferencia. “Bueno, las monjas generalmente son contemplativas de clausura, y las hermanas son más activas en el mundo seglar, pero todavía hacemos los votos de pobreza, castidad, y obediencia.”
“Oh—OK,” dije, y mientras ella seguía compartiendo su historia, algo sonó en mi cabeza que se sentía como una campanita, pero no podía darme cuenta por qué. Cuando terminó de hablar, se despidió de mi y partió, pero yo permanecí en la capilla porque estaba empezando a darme cuenta de lo que significaba la campanita en mi cabeza: “No tienes que ser monja, pero puedes ser una hermana.” Tuve que sonreír y luego soltar la carcajada. No podía creer lo elusivo que había sido Dios.
El ómnibus se detiene aquí
Al día siguiente ignoré rápidamente el impacto de este evento y regresé a mi lucha, cuestionamiento, y a negociar con Dios con respecto a mi vocación. Como cualquiera puede suponer, el silencio fue la más apropiada respuesta de Dios. ¿Quién podría culpar a Dios, realmente? Pero en mi obstinación, yo lo hacía.
Mientras Dios y yo estábamos en un impasse, fueron mis mejores amigos católicos quienes literalmente salvaron mi vocación. Ellos eran mi comunidad de fe, donde nos sentíamos seguros teniendo “conversaciones sobre Dios”, haciendo preguntas, teniendo dudas, compartiendo nuestras revelaciones de la oración, y rebotando ideas entre nosotros sin sentirnos raros o juzgados. Fue en ellos que encontré el compañerismo para seguir orando, yendo regularmente a misa, y luchando en el discernimiento. Me di cuenta de que Dios se comunica en multitud de formas, y si bien la oración personal es esencial, es en comunidad donde tienes el apoyo y seguridad para seguir creciendo en la fe.
| DESPUÉS DE MESES de luces y sombras, ansiedad y paz, supe mi camino. Y sucedió en un ómnibus de San Francisco. |
Cada día la gente que encontraba en el ómnibus me conmovía profundamente. Más de una vez había visto personas borrachas, saliendo de drogas, mentalmente enfermas, sin hogar, solitarias, ansiosas. Solía rezar en silencio un rosario para aquellos cuyos rostros me conmovían.
Con el tiempo estaba empezando a darme cuenta de que cuanto más cercana se volvía mi relación con Dios, más crecía en percepción y compasión hacia aquellos a mi derredor, ya sea que fuesen mis compañeros de universidad o refugiados de guerra o personas en el ómnibus. Yo ansiaba que otros conociesen a Dios como yo estaba llegando a conocer a Dios: como un íntimo amigo y guía. Es como cuando Jesús le dijo a la mujer en el pozo en el relato del Evangelio, “Si sólo conocieses el don de Dios, hubieras sido tú la que pedía, y él te hubiera dado agua viva.”
It was becoming clearer to me why evangelization—sharing the Good News—is and has always been such a necessity because the decisions we make in life depend so much on the loving relationship we can have with God. It is often because we lack a deep understanding of God—the knowledge of God’s unconditional love, kindness, truth, courage, and mercy—that we live our lives misguidedly, our ignorance making life unnecessarily painful for ourselves and others.
Se estaba volviendo más claro para mí por qué la evangelización—compartir la Buena Nueva—es y ha sido siempre una necesidad, porque las decisiones que tomamos en la vida dependen tanto de la relación amorosa que podamos tener con Dios. A menudo porque carecemos de una profunda comprensión de Dios—el conocimiento del amor incondicional de Dios, su bondad, verdad, valor y misericordia—que vivimos nuestras vidas extraviados, y nuestra ignorancia hace que la vida sea innecesariamente dolorosa para nosotros y los demás.
Un pedido de ayuda
Fue en un viaje en ómnibus camino a casa que un evento en particular se apoderó de mí. Una joven madre con un niño de dos años estaba sentada a unas filas de distancia de mi. El niño estaba haciendo lo que cualquier niño de dos años: estaba parado en su asiento tratando de mirar por la ventana. Su madre lo sujetó rudamente y lo arrojó a su asiento mientras maldecía y gritaba, “¡Siéntate! ¡O te vas a lastimar!” El niño parecía impactado y confuso, pero no lloró. Sólo se quedó sentado allí, desanimado. Y mi corazón se rompió.
Vi frente a mí un niño triste y una joven mujer que sufría, tal vez una madre soltera que había llegado al límite. “Nadie quiere ser infeliz en la vida,” pensé para mi, y ahora estaba orando, hablando a Dios en mi corazón: “Nadie lo elegiría libremente, excepto que simplemente no te conocemos. Señor, son como ovejas sin un pastor, porque sencillamente no te conocen en realidad, como yo no te conocía.” Entonces, en lo profundo de mi corazón, comprendí el mensaje de Dios: “Tienes razón, mi amada, son como ovejas sin pastor, ¿no me ayudarías?”
Justo en ese momento el ómnibus llegó a mi parada y me bajé antes de que nadie viera las lágrimas rodando libremente por mi cara, mientras le respondía a Dios en mi corazón, “Sí, Señor. Sí, te ayudaré.” Ese fue el “sí.” La respuesta que yo estaba buscando vino de mi propio ser y afirmó quién soy y quien siempre estuve destinada a ser: una mujer cuya vida entera iba a estar consagrada a Dios. Sentí una explosión de alegría y un sentido del espíritu de travesura de Dios que me hizo reír a carcajadas.
¿Cómo vas a responder tú?
La vocación nunca tiene que ver con lo que haces; siempre tiene que ver con quien eres, porque ya es una parte de ti, está dentro de ti como un tesoro escondido esperando ser descubierto. De tantas diferentes formas Dios le hace a cada uno de ustedes la misma pregunta: “¿Me ayudarías?” Es en tu amistad con Dios que descubres tu más profunda identidad y camino, dondequiera éste te conduzca.
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La hermana Su Fern Khoo, V.D.M.F. es miembro de la Verbum Dei Missionary Fraternity [Fraternidad Misionera Verbum Dei]. Es la coordinadora de educación religiosa para adultos y jóvenes en St. Anthony Church en Long Beach, California. También dirige retiros y programas en el Verbum Dei Spirituality Center en Long Beach.