¿Es importante la castidad?

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CUANDO YO era capellán en una universidad Católica hace 14 años, una mujer joven vino a mí muy preocupada respecto de su relación con su novio. Ella se sentía presionada para profundizar la intimidad física entre ellos. No toda la presión venía del lado de él, ella quería dejarlo en claro; la urgencia estaba dentro de ella también. "Mis padres confían en mí,” se lamentaba. "Y yo sé que le debo al hombre con quien un día me voy a casar no hacer esto, pero temo que lo voy a hacer."

Sentí el peso de la tristeza y decepción de esta mujer consigo misma. Pero lo que también se me hizo evidente fue su falta de autoestima. Puso en evidencia la creencia de que ella pertenecía primero a sus padres y después a un marido que todavía no había aparecido en escena. A causa de esta actitud, ella no podía tomar una decisión respecto de su cuerpo, su sexualidad y dignidad y misterio, y defender sus propios mejores intereses. 

A qué nos invita la castidad

El de la autoestima es un problema grande en el camino hacia la madurez sexual. Tenemos que ser dueños de nosotros mismos antes de que podamos tener la libertad de compartirnos. Esto es especialmente difícil para las personas que están condicionadas por "cuestiones de límites": quienes han sido maltratados físicamente o abusados sexualmente cuando niños, y también aquellos que han sufrido daños psicológicos a su autoestima o independencia en su vida. Pero aún si tuvimos el privilegio de tener padres que nos respetaron y nos brindaron la dicha de tener identidades fuertes y confianza en nosotros mismos, alcanzar la meta de una sexualidad madura —la castidad—no es algo simple ni fácil.

Porque la castidad es la meta para todos nosotros, ya sea que nos casemos, permanezcamos solteros, o ingresemos a la vida religiosa. Como observa el Padre Dominico Timothy Radcliffe en su excelente libro What Is the Point of Being a Christian? (¿Cuál es el motivo de ser Cristiano?) aún las personas célibes no están casadas con casi la misma cantidad de personas como quienes sí están casados. Por lo tanto la castidad es una virtud que todos deberíamos buscar para cultivarla deliberadamente. Entonces, empecemos con una definición ¿Qué es exactamente la castidad?

El Catecismo de la Iglesia Católica define la castidad como la acertada integración de la sexualidad dentro de la persona (no. 2337). Esta definición habla de un logro mucho mayor que el de preservar la propia virginidad para nuestro cónyuge, o simplemente permanecer totalmente célibe, que es como a muchos de nosotros se nos enseñó a considerar esta virtud. La castidad está bajo la virtud cardinal de la templanza, que implica “permear los apetitos de los sentidos con la razón” — usando el discernimiento para gobernar los instintos físicos. Es obvio que no todos los impulsos que tenemos para comer, beber, comprar, tomar o hacer son atinados. Nuestros valores nos ayudan a hacer elecciones responsables en todos estos asuntos, incluyendo cómo usar y no abusar de la energía sexual que hace que seamos personas vitales.

Si eso te suena demasiado académico, ¿qué te parece aprender a bailar con tus “sagradas hormonas,” como los psicólogos católicos Hermana Fran Ferder y Padre John Heagle describen la práctica de la castidad? La mayor parte de los adultos jóvenes que he entrevistado concuerda en que les resulta difícil poner “sagrado” y “sexo” en la misma oración, pero eso es precisamente lo que la castidad nos invita a hacer. 

La teología del cuerpo

Es también lo que el difunto Papa Juan Pablo II dijo en sus discursos sobre la “teología del cuerpo.” En 129 audiencias de los miércoles, el papa brindó una comprensión gentil, positiva y amplia del don de la sexualidad humana—que, francamente, podría no ser lo que se espera de un papa. Y es una lástima, porque el cuerpo humano es esencial en la doctrina Cristiana. Piénsalo: Creación. Salvación. Encarnación. Crucifixión. Resurrección. Ascensión. Asunción. ¿Cómo podrías siquiera contar la historia Cristiana sin darte cuenta del énfasis sobre el destino del cuerpo?

Nuestro sacramento principal—la Eucaristía—también se centra en el cuerpo. Y en los más humildes términos, todos los sacramentos tienen que ver con “nacer y morir, sexo y alimento, pecado y enfermedad” como señala Timothy Radcliffe. Si Dios nos va a encontrar en algún lugar, tiene que ser en el cuerpo, que es nuestro único domicilio real. Es aquí donde residimos, aquí donde vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser.

Al mismo tiempo, debemos tener cuidado con las falsas diferencias. “No somos espíritus atrapados en sacos de carne,” observa Radcliffe. Somos nuestro cuerpo tanto como somos espíritu. Escapar de esa realidad no es más posible, ni deseable, que escapar de nuestra naturaleza espiritual. Dios, después de todo, nos dio las dos: la semejanza divina esculpida en carne y sangre. Así que no podemos pensar que al entregar nuestro cuerpo no nos estamos entregando a nosotros mismos en un sentido crucial, también. Radcliffe describe la intimidad sexual como un momento sagrado: “Cada uno dice al otro: ‘Aquí está mi cuerpo para tí.’ Es un acto profundamente eucarístico.” 

Ser generadores de vida

Encarar nuestra sexualidad como eucarística nos ayuda a apreciar la necesidad de ser buenos custodios de este don. Los sacramentos son signos cuyos elementos físicos son parte de realidades más profundas y divinas. Hablamos de ellos como misterios, y no resulta difícil ver por qué Juan Pablo II incitaba, en su “teología del cuerpo,” a hombres y mujeres para que se adueñaran de su propio misterio al encarnar y expresar su sexualidad.

Claramente este don implica mucho más que participar en actos sexuales, es decir genitales. Nuestra sexualidad es energía de unión. Es una comunión en el más amplio sentido posible. La energía sexual, como observa Fran Ferder, se opone a estar sola. Genera en nosotros la búsqueda de amor, familia, comunidad, amistad y creatividad de todo tipo. Impulsa hasta la búsqueda de Dios. Es por eso que los santos a menudo describían sus encuentros con el Santísimo en el lenguaje del éxtasis.

John Heagle nos recuerda que el propósito biológico de la energía sexual es generar nueva vida. Agrega que si no respondemos literalmente al llamado a la generatividad—en intimidad sexual y procreación—el interrogante no desaparece: ¿De qué otra forma vamos a responder al llamado de dar vida? Quienquiera que seamos, el anhelo se siente con urgencia. La castidad significa responder a ese llamado en cada momento y según cada etapa de nuestra vida. 

De aquí a la castidad

Pero ¿cómo llegamos de “aquí” a la castidad, si “aquí” es una historia de pobre conducta sexual? Sé muy bien que si yo fuese capellán de universidad hoy, no estaría encontrando tantos estudiantes preocupados o con culpa respecto de su primera experiencia sexual. Muchos jóvenes sospechan que cuando se trata de practicar la castidad, el barco partió y ellos no estaban a bordo. Muchas escuelas apoyan esta impresión repartiendo elementos de control de la natalidad y condones, en lugar de educar para una comprensión madura de la sexualidad que implique templanza. Una de las más sorprendentes defensas del rol de auto dominio en la sexualidad viene de la reciente pequeña “gran” película, Juno.

Juno es una adolescente del siglo 21 que tiene el problema opuesto al de la estudiante cuya historia conté al principio. Juno es completamente auto suficiente—como frecuentemente necesitan ser los hijos del divorcio. Por lo tanto, piensa en su cuerpo como una posesión: como su propiedad, no su ser. Esto hace que le resulte fácil “engancharse” con su mejor amigo para averiguar de qué se trata este asunto del sexo. El acuerdo de “amigos con beneficios” es informal, pero no tan exento de consecuencias como ellos esperaban.

Juno se da cuenta de cuánto ella es su cuerpo y no se puede separar de él. Un tercero—uno con uñas, nada menos—se adueña de su vida y desde su interior empieza a enseñarle el poder de conexión de su sexualidad. Esta criatura aún no nacida le ayuda a Juno a sanar los recuerdos de su familia original quebrada, a reforzar los lazos dentro de su familia actual, y a crear nuevas posibilidades para una madre adoptiva. A través de estas experiencias Juno aprende a confiar en la gente, sin importar cuán imperfecto sea su amor. Su brava notita a la madre adoptiva se convierte en un manifiesto de esperanza: “Si todavía te interesa, a mí también me interesa.”

Esta historia de afirmación de la vida sirve como un faro luminoso para aquellos de nosotros que sospechamos que ya hemos traicionado la promesa de nuestra sexualidad al seguir el permiso de la sociedad para trivializar el sexo: como diversión, como romance, o un mero alimento de un apetito biológico. Juno no puede recuperar el día antes de haber tenido conciencia sexual, pero no necesita arrastrarse al casillero de “sexualmente activa” en el que los otros invariablemente la ponen. La suya es una castidad ganada a través del fuego, y ella parece estar lista para ser su sabia y tierna custodia.

El enfoque de Juno le dice al don de la sexualidad, y a la familia, y a la comunidad más grande del amor: “Si todavía te interesa, a mí también me interesa.” Es algo bien diferente del enfoque de “simplemente dí que no” de los códigos morales populares en el pasado, que arrojaban sobre la sexualidad humana una sombra oscura y potencialmente peligrosa—hasta que un sacramento la volvía “aceptable.” 

Los noticieros nocturnos nos proveen demasiados ejemplos de políticos, clérigos, estrellas de cine y hasta el extraño astronauta que han fracasado en integrar su sexualidad a sus identidades que en otros aspectos son maduras, responsables, y capaces.

Quienes no dominan la templanza nunca dominarán sus propias vidas. Quienes abrazan la castidad, habiéndose apropiado de sus vidas, van a estar dichosamente preparados para entregarla en el momento apropiado.

Alice Camille, M.Div., es autora, educadora religiosa, laica y soltera. Se puede encontrar más información sobre su trabajo en www.alicecamille.com.

Traducido del inglés por Mónica Krebs. El contacto con ella es a través de la editorial, TrueQuest Communications.
Todos los derechos reservados por la editorial.

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